El pasado 25 de noviembre, como cada año, conmemoramos el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres. Lamentablemente, en España cada año se produce un número intolerable de asesinatos que, a pesar de los esfuerzos invertidos en concienciación y educación, no parece que vayan a disminuir a corto plazo.
Laura Freixas, escritora además de estudiosa y promotora de la literatura escrita por mujeres, nos dice, en una necesaria reflexión, que “en España cada año más de cincuenta mujeres son asesinadas por sus parejas o exparejas masculinas. La pregunta frente a esta realidad es ‘¿qué hacemos?’. El gobierno español promulgó en 2004 una ley contra la violencia que llamó ‘de género’; el gobierno catalán hizo lo propio en el 2008, y prefirió ‘violencia machista’”. Y nos advierte que más allá de leyes, tribunales, política y presupuestos, en este tema tan grave hay “un ámbito que suele dejarse de lado y que, sin embargo, es crucial: la cultura”. La cultura que nos muestra, a lo largo de los siglos, un continuo sometimiento de la mujer e, incluso, esta cultura se recrea en ese papel secundario, cuando no marginal, de las féminas. Freixas nos recuerda que, por ejemplo, “las artes plásticas tienden a presentar la violencia contra las mujeres como algo estético, bello”. Y, añado yo, mientras no cambie esta percepción, no lograremos una coexistencia entre los sexos (y los géneros) basada en el respeto mutuo y la igualdad de oportunidades (y hablo como occidental, porque es bien sabido cuánto camino queda aún por recorrer en otras latitudes). Freixas acierta plenamente, en mi opinión, cuando afirma que la mujer es vista y tratada más como objeto que como sujeto; y este es el quid de la cuestión: un diálogo equilibrado se da siempre entre sujetos. Otra cosa es cuando, por voluntad de dominación, conquista, humillación o vejación, uno de los sujetos (generalmente un varón) convierte al otro (otro varón, una mujer o un niño) en objeto, que es como viene escribiéndose la historia de la humanidad desde el principio. Pero esto no debería llevarnos al conformismo y a escudarnos en aquello de que “hay cosas imposibles de cambiar” o que “la naturaleza lo quiere así”. Estas afirmaciones no son más que excusas de mal pagador y pretextos para no alterar la cómoda (quizá ya no tanto) postura dominante tradicional del varón.
En España, recientes datos del Ministerio del Interior cifran en 53.000 las féminas maltratadas por violencia machista que están bajo vigilancia policial, de las cuales 122 se hallan en una situación de riesgo alto o extremo. Por otro lado, se acusa al gobierno español de haber reducido el número de agentes que velan por la seguridad de estas mujeres y, desde algunos sectores, se lamenta el hecho de que el 30% de las que fueron asesinadas en 2013 hubieran presentado previamente una denuncia que, tristemente, no sirvió para salvarles la vida. Hay que seguir poniendo todo el esfuerzo y los recursos necesarios en la lucha contra las agresiones machistas, y dejarse de hipocresías, dobles morales e, incluso, morales retrógradas.
Por fortuna, aunque sean pequeños pasos, la conciencia de los pueblos se mueve en la dirección deseada, y ahora se ha sabido que China, ni más ni menos, prepara su primera ley contra la violencia machista, limitada exclusivamente al ámbito conyugal. A pesar de que esta primera ley excluye (por ahora) a mujeres solteras y divorciadas, las organizaciones chinas de mujeres se han mostrado muy satisfechas con la llegada, tras décadas de lucha, de esta ley. En China, como aquí también, es fundamental un cambio en la mentalidad social, un proceso cuya velocidad, por otro lado, es siempre desigual en el seno de las diversas culturas del mundo. Sin embargo, no debe dejarse en ningún momento de avanzar, aunque sean solo milímetros.
Una vez más, hacemos bueno el dicho aquel de “querer es poder”. En todo esto, las mujeres tienen mucho que decir y no deben verse amordazadas como generalmente se ven por unos hombres a los que no nos “interesa” o, mejor, no nos “conviene” conocer sus derechos. Como alguien dijo una vez: “Si de verdad quieres a una mujer, empieza por respetarla como tal”. ¡Qué poderosa verdad en tan pocas palabras!
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